viernes, 15 de agosto de 2008

Entrevista de Rebeca Serrano y Asun López para El eco hernandiano

1. ¿Qué motivos le llevaron a presentarse al Premio Nacional de Poesía “Miguel Hernández”?

Mentiría si dijera que no me presento a muchos otros premios, aparte de este. No quiero parecer descortés con esta afirmación, pero esa es la verdad. Para un autor novel, concursar es lanzar al mar una botella con un mensaje de socorro que lo salve de su aislamiento. Lo habitual es que nadie lea ese mensaje, que la botella y su mensaje naveguen a la deriva y acaben en los respectivos contenedores de recogida selectiva de basura. Pero a veces sucede que el poemario llega a manos de un Jurado independiente y entendido, como en el caso del Premio Nacional Miguel Hernández, y el autor se encuentra con un premio bajo el brazo. Entonces todo parece que no podía haber sido de otra manera, pero sólo entonces, a toro pasado.
La publicación a cargo del Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, por otra parte, es una garantía de distribución del libro. ¿De qué sirve publicar si no se llega a las librerías, si nadie puede leernos?

2. En su poemario Maniobras diversivas vemos reflejado el sentimiento del amor y un matiz social, todo ello acompañado de un gran sentido del ritmo. ¿Qué mensaje pretende hacer llegar al lector?

El título, de resonancias bélicas, alude a las operaciones que tienen como objetivo distraer al enemigo del propósito central de una batalla. Son batallitas que apartan la atención de esa otra determinante que se libra en otro sitio. Por un lado, titular Maniobras diversivas a un poemario es una captatio benevolentiae, una manera fingida de ganar la simpatía del lector al rebajar los poemas a distracciones de poca entidad, a bagatelas. Por otro, es una llamada de atención al propio autor, a quien a veces le da la impresión de que pierde el tiempo con su poesía y no aborda temas de entidad. De este modo, calificar a sus poemas de “maniobras diversivas” es tanto como confesar que son entretenimientos y obras más bien imperfectas. De todas maneras, me parece que el título es evocador y que no se agotan sus significados con estos que aquí expongo.

Por lo que hace al sentido del ritmo, habrá quienes vean en mi manera de versificar una limitación, una falta de recursos. Yo lo entiendo más como una opción. Lo cierto es que no me suelo apartar de los viejos modelos métricos italianos, a los que añado de tanto en tanto un eneasílabo. Si el poema fluye, suele ser porque haya antes tachado y vuelto a tachar. Una libreta de versos debe ser como el lugar retirado del camposanto en que yacen los pequeñuelos muertos prematuramente. “Murió con sólo dos versos. Descanse en paz”. El “escribo como hablo” es la gran mentira de la poesía, la naturalidad a que aspiramos todos los que manipulamos juegos de artificio.

En cuanto al amor y lo social, me debo remitir obligadamente a Miguel Hernández: “Vida, muerte, amor. Ahí quedan / escritos sobre tus labios”. Ocuparse de la sociedad en la que uno vive es algo inherente a estar vivo; y amar, si se me permite la cita del poeta Eduard Sanahuja, es también vivificador porque “Al final de cursa, de la nostra, / només hi haurà un balanç, dues preguntes: / qui has estimat, qui t'ha estimat a tu”.

3. En la Fundación Cultural Miguel Hernández se realizan diversas actividades como exposiciones, Taller de Empleo, elaboración de la revista digital e impresa El Eco Hernandiano ¿Cree que con éstas se está consiguiendo divulgar mejor la figura del poeta oriolano?

Si en su archiconocida semblanza Antonio Machado decía de sí que atañe al lector distinguir voces de ecos, lo que corresponde a quienes velan porque la voz de Miguel Hernández siga resonando es hacerle eco. La revista contribuye sin duda a este fin.

4. ¿Qué opinión le merece la obra de Miguel Hernández?

Miguel Hernández está muy hondamente imbricado en mi poesía y lo siento muy cercano en concepciones poéticas. Cuando uno piensa a qué debiera parecerse un poema a la muerte de un ser querido, le vienen tres modelos a la cabeza: las "Coplas" de Manrique, el "Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías" de Lorca y la elegía hernandiana a Ramón Sijé.
Por otro lado, la poesía de Miguel Hernández tiene la frescura y el empuje vital del joven que fue siempre y que yo soy ahora todavía. Sin querer abusar del paralelismo, pues el oriolano es históricamente mucho más relevante que yo, alguna semejanza hay en el modo apasionado de entender la poesía.

Por último, a nadie se le escapa que la popularización de Miguel Hernández le debe mucho a Joan Manuel Serrat. Quien haya oído al Noi del Poble Sec cantar poemas del de Orihuela, le parecen lo más normal del mundo formulaciones tan aquilatadas como “la pena tizna cuando estalla” o “ella pondrá dos piedras de futura mirada”. Ya no puedo leer algunos poemas sin tararearlos.

Poemas de Maniobras diversivas en revistas y bitácoras

Siempre es especialmente agradable que alguien que no conoces se interese por un poema tuyo. Es el caso de la bitácora Abarognòsia .

Aparte de este blog, los amigos de El coloquio de los perros, que siempre me han tratado muy bien, han tenido a ídem publicar un par de poemas del mi último poemario.

El ganador en 2006 del Miguel Hernández para menores de 35 años anduvo detrás de la publicación de Deriva de algunos poemas más.

Al amigo José Luis García Herrera se le ocurrió citarme en su bitácora.

Mensaje electrónico de JLGH

He leído unos cuantos poemas, saltando de una parte a otra, de forma aleatoria, y me he encontrado con una poesía (una voz, una poética, un estilo) que conozco y que despliega la calidad, el humor, la ironía, la habilidad para captar aquellos pequeños actos cotidianos, que siempre he encontrado en tu poesía y que son los aspectos que más destaco, admiro y, reconozcámoslo, envidio. Esto último lo negaré pese a haberlo dicho o escrito.

Carta de MF

Estimado amigo, antes que nada debo felicitarle por la obtención del Premio Miguel Hernández (2005). Aprovecho también para agradecerle que me lo haya hecho llegar.

Debo decirle que la lectura de Maniobras diversivas me ha resultado muy agradable. Su poesía es, como toda buena poesía, una lograda síntesis de emoción y sentimiento. De sentimiento y revelación.

viernes, 1 de agosto de 2008

Carta de José Carol

24 – V – 2008

Gran poeta: tu libro, galardonado con uno de los premios más prestigiosos, el Miguel Hernández, ha visto la luz.

Luz, sinónimo de poesía, pues esta ilumina la vida y el espíritu de los mortales. Te confieso que, en cuanto llevaba leídas las primeras páginas, quedé deslumbrado –obra vez la luz– por la extraordinaria calidad –ni un solo fallo, ni una carencia, ni un chirrido– en tus poemas y recordé los primeros textos que leí de ti. ¡Qué gran ascenso, qué prodigiosa superación! Estás entrando en el camino de tu plena madurez y no dudo de que, con paso firme y continuo, continuado, te adentrarás en él. Vaticino que pronto estarás en la cima, con otros nombres, de la lírica española actual. Para ello te falta que te publique una editorial con peso en el mundo de la comunicación. Pero no te impacientes, ni fuerces la máquina. Sigue creando tu ritmo y publicando donde puedas. Todo llegará sin ti mismo darte cuenta.

Me hubiera gustado comentarte detalladamente cada poema, mas el excepcional prólogo que ha escrito Iván Sánchez –exacto, profundo, exhaustivo– me lo impide. Pocas veces se lee un prefacio tan completo y de tanta enjundia. Felicítale.

No obstante, como deseo también señalar yo algo en concreto, aporto lo siguiente: de la primera parte, mi predilección es para “Vuelta a casa”; de la segunda (“Piel, paraíso”, acertado título), me ha anonadado la sublime perfección del brevísimo poema “Profesión de fe”; de la tercera, “Único amor”; de la cuarta, “Huida de Auschwitz”, y de la última sección, denominada “Recursos propios”, me quedo con “Parte meteorológico”. Me apresuro a esclarecer que, en realidad, me han entusiasmado todos los poemas, sin una sola excepción, si bien selecciono los antecitados por manifestar algo en particular y que no se reduzca esta carta a las afirmaciones generales de la primera franja. Todos son de mi preferencia.

A partir de ahora, tu nombre estará unido al del grandísimo Miguel Hernández, y no dudo de que su muy noble y muy notable sombra te resultará benéfica.

Un abrazo muy cordial,

José Carol

Presentación de Aitor L. Larrabide Achútegui

El Premio Nacional de Poesía Fundación Cultural Miguel Hernández, convocado por el pueblo que vio nacer al universal oriolano bajo el nombre del poeta desde 1976, es un galardón que, desde sus inicios, tiene como principales objetivos ofrecer la oportunidad de difundir la obra de jóvenes creadores comprometidos con la responsabilidad de innovar y ofrecer los frutos de dilatadas horas embriagados de silencio e incertidumbre ante el folio en blanco. El Premio está avalado por los jurados que lo han otorgado, las buenas críticas y el favor de los lectores, destinatarios últimos del mismo.

Andrés González Castro obtuvo el Premio en marzo de 2005. El Jurado, presidido por José Luis Ferris en su condición de miembro del Patronato de la Fundación, estuvo integrado por el poeta oriolano Ramón Bascuñana, el profesor y patrono de la Fundación Francisco Javier Díez de Revenga, el también profesor Ángel Luis Prieto de Paula, y Alejandro Sanz, secretario del Ateneo de Madrid y presidente de su Sección de Literatura. El director de la Entidad convocante, Juan José Sánchez Balaguer, ejerció de secretario del Jurado. El libro fue calificado como un texto “escrito desde el asombro por la vida” en el que aflora el aliento amoroso y un matiz social, acompañado de un perfecto conocimiento del oficio de poeta y dotado de un gran sentido del ritmo.

Desde la Fundación Cultural Miguel Hernández deseamos expresar nuestra satisfacción por la alta calidad poética del presente volumen, repleto de versos memorables, los que hacen perdurable y eterna la voz de su autor.

Prólogo del libro a Maniobras diversivas

Por Iván Sánchez Moreno

Este libro es una trampa: hay que sufrir para gozarlo. Por eso mismo, para muchos, la creación literaria tiene tanto de catártico. El espejo de la vida es ahí más que evidente, y en el caso del autor, cada obra parece un ajuste de cuentas que, sin embargo, acaba siempre en tablas... hasta la próxima contienda, con fuerzas renovadas y más heridas abiertas.

El título ya apunta maneras. Maniobras diversivas hace referencia a una estratagema para distraer al enemigo. Pero en esta ocasión la batalla es consigo mismo, una lucha –feroz a medias, burlona y mordaz, cruel aunque irónica– de la que uno, inevitablemente, sale rendido, si no vencido, pero satisfecho.

Banderas del ejército de lo que aún no ha sido
ondean su blancura, me vuelven a retar (...)
ondean su blancura y me incitan a firmar
de nuevo un armisticio con mi buena conciencia.
“Banderas”

En esta declaración de principios el poeta manifiesta su postura poética frente a la vida, condenado ya de antemano a perder ganando.

Las dos citas iniciadas de Szymborska y Unamuno son, de hecho, en apariencia tan vitalistas como engañosas, pero sobre todo señuelos, pues luego vienen, a mitad de camino, las puñaladas cuando menos se lo esperen. No obstante, se acuerda la tregua tarde o temprano, cuando el poeta advierte que en esta guerra sin cuartel contra sí mismo no puede haber nunca paz, pero sí algún día calma. Por ende, escribir (como ejercicio de autoanálisis) es a la par ablución y tortura, guarida y fosa, hiel y miel.

La poesía es una casa, adusta y hosca, una domus interior surcada al azar por grietas y expuesta así al público, sin intimidad apenas, almacén de vicios privados con goteras en tardes de lluvia tristes. Lo más privado está ahí, agazapado entre versos con tobillos de cristal. El hogar, que no es nunca allí donde uno vive sino allá por donde uno va, son los libros. Un escondrijo falaz, frágil, que de reducirse a escombros, no deja de ser parte de lo que uno es y ha sido:

Si alguna vez me pierdo en la tristeza
y me notáis ausente,
idme a buscar allí.
Por las jambas sin puerta
el frío entra en su casa.

Idme a buscar allí:
en las ruinas de todo.
“Casa del aire”

En ese primer bloque en que el autor compendia la poética, confiesa su tortuosa relación de amor y de odio con la poesía (como expone en el inicial “Vuelta a casa”). Mas también reivindica el recuerdo de los más vivos que ya murieron (“Grietas”) porque la poesía es, como todas las artes, un artefacto de inmortalidad. Componer un poema es igual que erigir barricadas entre el yo y la pena. Un refugio virtual donde guarecerse y resguardarse de la fea realidad, congelado en el tiempo, con paredes frágiles de papel. Pero refugio, al fin y al cabo.

La poesía es también piel y paraíso, galletitas saladas para corazones sedientos. El amor, en la obra de del poeta, es a veces frío (quizá en exceso idealizado –¡craso error de amante crudo!– como en “Geografía práctica”), otras candoroso (“Claridad”) y otras (casi siempre, como debe ser) informal y travieso: “Mi boca es pedigüeña / porque tiene pendientes los atrasos”, dice en “Bovis Vobiscum”.

Mas, ay, pasa que hay días en que uno se levanta con el pie izquierdo, con una mala resaca de felicidad ajena, pensando que tal vez aquello en que se transformó un frustrado cariño de antaño se alimenta hoy sólo de carroña humana (“El buitre”, “La puñalada”). Justo en el ecuador de este libro, la mirada amatoria del poeta se vuelve cínica y dura. Sin amor no hay desamor, y es este el más criminal pago por un sentimiento tan fugaz y mutable que antiguos trovadores prometieron eterno. Malditos ilusionistas.

Lo peor viene luego, en la sección intitulada “Invitación al desaliento”. Abre el bloque el poema “Contrapunto”, de apropiado –por irónico– título, en el que el autor parece despertar esperanzado. Como si tras la tormenta forzosamente hubiera de aparecer un arco iris rociándolo todo con su misericordia.

Pero no. Porque también llega –para quedarse– ese pegajoso desasosiego por el tiempo que pasa, inexorable, y por esa vida que arrasa con todo a su paso y que, con paciencia, parece, todo lo cura.

Todo locura: cuando el dolor se torna ya casi insoportable (“Madre es un nombre de ceniza / disuelta en aquel río / picoteado por los pájaros” se lee en “Huida de Auschwitz”) aún le clava el diestro la puntilla de gracia al toro bravo, acabando con una nana para un condenado a muerte, antes de dormir el sueño eterno.

En los últimos “Recursos propios”, el poeta saca fuerzas de flaqueza y se yergue de las ascuas de la angustia vital cual fénix existencialista. Se expresa antimilitarista cuestionando la utilidad de una estatua, se apoya en amigos y amantes (“Una mano”), se muestra rebelde contra viejos valores morales que se apolillan en sucios desvanes que huelen a rancio y a olvido (“Reyes godos”)... Y, al final, quizá es que no hay para tanto. Que no todo va a ser un disgusto a cambio de nada (“Parte meteorológico”).

Porque es de nuevo aquí, en esta parte del libro, el acto de escribir el ancla salvadora de ese naufragio cantado, y halla el autor en el lector un aliado eficaz, una ignota y silenciosa presencia a quien legar su recuerdo y su pensamiento. Ése –y no el calvario propio– era el motivo de revolverse las carnes con el filo de una hoja y garabatear unas pocas líneas con tinta ensangrentada.

Se cierra así el círculo que va del grito callado a la soledad compartida, y por en medio se cuela sin verlo ese efecto de puridad de una catarsis taimada. Bienvenido entonces a este mal rollo con final feliz. O no, mejor dicho, a este diario con enmienda a palos. A ver si van a creerse que la poesía es inocente...