martes, 23 de septiembre de 2008

Reseña de José Ángel Cilleruelo en El Ciervo

[Enlace al artículo original: MANIOBRAS DIVERSIVAS]

Andrés González Castro nació en 1974, justo antes de que el país –su carregosa poruga ambigua pàtria (“cargante asustadiza ambigua patria”)– pusiera un punto y aparte en la historia. Nació en Barcelona. En la era democrática, en Cataluña, se educa en dos lenguas, ¿en cuál se escribirá? La respuesta de la primera generación de la Democracia ya se ha pronunciado: en las dos. Y este mismo curso, González Castro ha publicado un libro como Andrés, este Maniobras diversivas, y otro como Andreu, Epigrames del Mas d’en Gall. Es pronto, quizá, para vislumbrar la dimensión de este fenómeno –¿cómo lo juzgará la historia literaria, tan apegada a una lengua?–, pero se intuye cuál puede ser el camino ideal. No parece que el bilingüismo literario se conforme con la actitud indiferente ante la lengua, sino que prefiere la bifurcación poética, en la senda pessoana, en la que un poeta escriba de manera diferente en cada lengua, conforme el peso del sonido, el sentido y la tradición de cada una. Este es, sin duda, el caso de Andrés / Andreu.

Las dos columnas que sostienen la poética de González Castro, el realismo y la ironía, aparecen ya, tal como en sus libros precedentes –Currículum Vítae y Obra nueva– en el título. Maniobras diversivas es un término militar para señalar las acciones que distraen la atención del enemigo. Si se tiene en cuenta que el libro habla, en cada una de sus cinco secciones, de la poesía, del amor, del desamor, de las frustraciones –propias y colectivas– y de las concepciones íntimas, se comprende inmediatamente el sentido que se da a la vida, en una tradición barroca que late en cada libro con más fuerza, de distracción frente al enemigo. Para la formulación del contrincante recurre a un término de raíces existencialistas: “cuando agitas el aire… / echas fuera de mí a ese mentecato / que se arroja a los cardos de la angustia”. Una “Nana” que hubiera sido muy del gusto de Unamuno acaba de una forma estremecedora: “duerme… / Todavía no vienen a por ti. / He dicho todavía”.

El conflicto –bien combate abierto, bien estrategias que lo distraen– vertebra el libro. En sus intenciones últimas –la vida concebida como lucha contra la angustia– y en la ideación de cada texto. La primera sección reúne los versos metapoéticos; los dos primeros: “Aunque a veces te olvide, / ¿me vas a abrir la puerta?” Poeta y poesía pelean ante la existencia del poema. El habla y la descripción realista siguen siendo sus fuentes lingüísticas más relevantes, aunque se advierte la búsqueda de una intención poética que las trascienda. El poema “Casa del aire”, uno de los mejores, es un buen ejemplo de la rotunda ambición simbólica de los elementos extraídos de la realidad. La segunda sección, una pequeña colección de poemas amorosos, presenta una refriega más sutil. En esa encrucijada de tiempos que siempre es el amor, el poeta enfrenta al presente la duración (“longitud de latidos prolongándose”), incluso la mutua finitud (“Cuando no quede nada de nosotros”). No es casual que otro poema cite el último terceto del soneto de Garcilaso emblemático del carpe diem. Aprovecha el tiempo futuro para el amor, sería el lema de González Castro; expectativa de tiempo que está y no está en el amor del presente, distracción de la batalla. Las secciones finales son, en sí mismas, la crónica de las múltiples contiendas del vivir. Acaso la más interesante sea la mencionada en el poema “Así las cosas”, un impresionante ajuste de cuentas contra la inautenticidad de las experiencias –dolor, realidad, amor–, que las convierte en “sombras chinescas en una pared”.

José Ángel Cilleruelo

PROFESIÓN DE FE

Iré a comulgar
tu pezón redondo,
mi amor, al altar (p. 35).

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