viernes, 26 de septiembre de 2008

Presentación de «Maniobras diversivas», de Andrés González Castro, en el Aula de Escritores de la ACEC el 22 de septiembre


Foto de Carme Esteve


[Enlace al texto original.]
Andrés González Castro nació en 1974, justo antes de que el país —su carregosa poruga ambigua pàtria («cargante asustadiza ambigua patria»)— pusiera un punto y aparte en la historia. Nació en Barcelona. En la era democrática, en Cataluña, se educa en dos lenguas, ¿en cuál se escribirá? La respuesta de la primera generación de la Democracia ya se ha pronunciado: en las dos. Y este mismo curso, González Castro ha publicado un libro como Andrés, el presente Maniobras diversivas, y otro como Andreu, Epigrames del Mas d’en Gall. Es pronto, quizá, para vislumbrar la dimensión de este fenómeno —¿cómo lo juzgará la historia literaria, tan apegada a una lengua?—, pero se intuye cuál puede ser el camino ideal. No parece que el bilingüismo literario se conforme con una actitud indiferente ante la lengua, sino que prefiere la bifurcación poética, en la senda pessoana, en la que un poeta escribe de manera diferente en cada lengua, conforme el peso del sonido, el sentido y la tradición de cada una. Este es, sin duda, el caso de Andrés / Andreu.


Las dos columnas que sostienen la poética de González Castro en castellano, el realismo y la ironía, aparecen ya implícitas en el título, tal como en sus libros precedentes —Currículum Vítae y Obra nueva.


Algunos críticos acusan al realismo social, que se postulaba como liberador de las conciencias oprimidas, de ser a su vez el máximo opresor de la escritura de vanguardia. Tal vez el realismo social entorpeciera la divulgación de las obras de vanguardia, pero no su escritura, que creció cuanto quiso y vislumbró en las tinieblas de la posguerra. Lo que sí cercenó fue la posible existencia de otro realismo que, comprometido con la mirada del sujeto —no la del colectivo— emparentara con el humor, con el juego e incluso con los procedimientos técnicos de la vanguardia. Un realismo que se nutriera del habla, no del lenguaje coloquial —a veces tan opuestos— y que se propusiera una crítica no de las circunstancias, sino de las concepciones. Ese otro realismo, que se puede rastrear en las obras de Joan Brossa o de Lorenzo Gomis, se convierte en reivindicación poética de Andrés González Castro en el conjunto de su obra: «Escribo: / cambio el desorden / de sitio», se leía en Obra nueva.


Dos son los baluartes de este «otro» realismo: la construcción irónica del texto poético —por lo tanto antirrealista— y la crítica de los conceptos que normalmente se dan como obvios por aparecer vinculados a una creencia común. El poeta conjuga estas características en un doble plano, el biográfico y el literario, ambos con acierto, y tal como se señalaba antes de este pequeño excurso, la ironía y la crítica aparecen ya desde la misma formulación del título.«Maniobras diversivas» es un término militar utilizado para señalar las acciones que distraen la atención del enemigo. Si se tiene en cuenta que el libro habla, en cada una de sus cinco secciones, de la poesía, del amor, del desamor, de las frustraciones —propias y colectivas— y de las concepciones íntimas, se comprende inmediatamente el sentido que el poeta le da a la vida como maniobra de distracción frente al gran enemigo; planteamiento que entronca con una tradición barroca del memento mori que late en cada libro de Andrés González Castro con más fuerza. De hecho, para la formulación del gran contrincante recurre a un término de claras raíces existencialistas: la angustia. Leo en el poema «Una mano»:


cuando agitas el aire…
echas fuera de mí a ese mentecato
que se arroja a los cardos de la angustia.


Y en este mismo sentido hay que evocar una «Nana» que hubiera sido muy del gusto de Unamuno, y que acaba de una forma estremecedora:


duerme…
Todavía no vienen a por ti.
He dicho todavía.


El conflicto vertebra el libro. Bien sea como combate abierto cuya consecuencia es la tristeza, bien sea como estrategias para distraerla, cada poema dirime una contienda, que a veces es personal o amorosa, otras social y hasta literaria —el poema «Vicios privados», por ejemplo habla de la inconveniencia de decir lo que uno piensa sobre los hechos culturales: «así que nunca vuelvas a pensar / que ese libro es estúpido / guárdate tu sinceridad / determinados vicios / tan solo se practican en privado».


Así pues, el conflicto, el pleito con la existencia, está presente en las intenciones últimas del libro —la vida concebida como lucha contra la angustia— y en la ideación de cada texto.


La primera sección reúne los poemas metapoéticos, un subgénero muy del gusto de Andrés González Castro; en los primeros versos de libro leemos:


Aunque a veces te olvide,
¿me vas a abrir la puerta?
Aunque a veces te injurie
y me aparte de ti dando un portazo
brutal como una cuchillada
¿me vas a abrir la puerta?


Son poeta y poesía que se pelean ante la existencia del poema. Como se observa en seguida el habla —no la coloquialidad—, sometida a un denso entreverado retórico apenas perceptible, y la ideación realista siguen siendo las fuentes lingüísticas más relevantes en los poemas de este libro, tal como lo había sido de los anteriores; aunque se advierte una novedad: en éste la búsqueda de una intención poética que trascienda ironía y crítica. El poema «Casa del aire», uno de los mejores, es un buen ejemplo de una nueva ambición simbólica entretejida a los elementos extraídos de la realidad. «Casa del aire» es una descripción, desde el tejado hasta la planta baja, de un bloque de pisos que amenaza ruina y que tiene un ligero aire de biografía en clave. En ese edificio donde todo ha quedado a la intemperie ya no prenden ironía y crítica, presentes en la descripción, sino un nuevo valor simbólico de las pérdidas


…Si alguna vea me pierdo en la tristeza
y me notáis ausente
idme a buscar allí….
En las ruinas de todo.


La segunda sección está formada por una pequeña colección de poemas amorosos cuyo título es una yuxtaposición que deja poco lugar a las dudas: «Piel, paraíso». Presenta por lo tanto un litigio, una refriega más sutil. En esa encrucijada de tiempos que siempre es el amor, el poeta busca enfrentar el presente de la relación amorosa a su duración («longitud de latidos prolongándose»). El primer poema, «Claridad» evoca la figura de la persona amada desde la infancia, a través de las fotografías, pero concluye en el tiempo futuro: «con la piedad que nos despertaremos / uno al otro, tras años de estar juntos». El poema «Ejemplo a no seguir» llega un poco más lejos, hasta la mutua finitud: «Cuando no quede nada de nosotros» es su primer verso. Y por ello no parece casual que otro poema cite el último terceto de aquel célebre soneto de Garcilaso que empezaba «En tanto que de rosa y azucena» y la tradición ha convertido en emblema del carpe diem: «Aprovecha el tiempo presente» clamaba desde él el poeta renacentista, pero Andrés González Castro le enmienda un poco el lema y tras sus poemas lanza otro mensaje que parece casi revolucionario en estos tiempos en los que el carpe diem es un tópico, pues sólo parece tener existencia el presente. Los poemas de Maniobras diversivas claman: «Aprovecha el tiempo futuro para el amor»; una expectativa de tiempo que subraya su máximo valor como distracción del gran enemigo en la batalla de la vida.


Las dos secciones siguientes son, en sí mismas, la crónica de las múltiples contiendas del vivir. Sus títulos, «Las puñaladas» e «Invitación al desaliento», son en sí mismos un cántico al optimismo. Acaso la contienda más interesante sea la expuesta en el poema «Así las cosas», un impresionante ajuste de cuentas contra la inautenticidad de las experiencias —«Sin verdadera experiencia del dolor»… «Sin verdadero sentido de la realidad»… «Sin un firme concepto del amor»—, que convierte dolor, realidad y amor en «sombras chinescas en una pared».La última sección, «Recursos propios» reúne, a modo de cajón de mesilla de noche, las concepciones íntimas. El último poema se titula «Xavi» y en él parecen culminar, a la manera barroca, todas las maniobras que la vida ofrece para distraer al enemigo, o tal vez para distraernos del enemigo. En el último verso Andrés escribe: «cenizas de una llama que te amó»No quería acabar este pequeño relato del libro sin recordar que uno de los poemas de esta sección trata de todos vosotros, y como estáis aquí presente, bueno será agradecerle al poeta que haya contado con nosotros. El poema, que hace balance de las posesiones del alma, empieza diciendo: «Cuento con la fortuna» y sigue contando con la mujer, con los amigos con la salud y cierra esta frugal enumeración de riquezas personales hablando de vosotros:


Y aunque también te sepa
al par cercano y díscolo,
lector, cuento contigo.


Andrés, muchas gracias, también tus lectores contamos —encantados y entusiasmados— contigo, con tu lucidez y tu humor tristes, con tu tristeza que acaricia e ilumina, y que tanto se parece a lo que entendemos, en estos momentos de tanto ruido, por auténtica poesía.

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